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sexta-feira, 9 de dezembro de 2011
Do Triunfo milanês (II)
De Espanha, chegam-nos ecos entusiastas, relativamente ao Don Giovanni de Carsen, embora mais comedidos...
«El escritor Anthony Burgess publicó hace un cuarto de siglo en este periódico un artículo cuyo título no deja lugar a dudas: Todos somos Don Giovanni. De esa idea parte Robert Carsen para su propuesta en La Scala. El personaje que da título a la obra está en la sala y sube al escenario para comenzar una reflexión sobre las 1.000 caras del teatro y sus correspondencias con la vida, en un juego de espejos, telones, colores de las butacas y hasta diseños de los programas de mano, que provocan una relación dialéctica enriquecedora entre el espectador y lo que se está contando, intentándose que el público viva desde dentro la experiencia de la ópera en su teatro milanés. Hay cuadros plásticos de una gran capacidad de sugerencia conceptual y hasta intelectual. Por la sala deambulan en algunos momentos los personajes de Doña Anna, Doña Elvira, Leporello o Don Ottavio, e incluso el Comendador aparece, como convidado de piedra en el palco real -por casualidad entre el presidente Giorgio Napolitano y el primer ministro Mario Monti- para aceptar la invitación del libertino y poner orden a los excesos incómodos para las fuerzas de la razón. Es un golpe de humor esa asociación entre los personajes del teatro y la política, que sirve de respiro a una sucesión de hallazgos de continuidad narrativa o belleza conceptual. El trabajo de Carsen es sólido y solamente al final, con la muerte de Don Giovanni y el desenlace posterior, se le va de las manos. No es la de Carsen una reivindicación del espacio vacío a lo Brook, ni una defensa de la naturaleza a lo Guth, ni una apuesta social como la de Haneke, pero funciona la mayor parte del tiempo. No es poco.
A Barenboim un espectador le censuró a gritos en el intermedio que los tempos eran "troppo lentos". Peliaguda cuestión. Especialmente, porque Barenboim mira con el rabillo del ojo a Furtwängler y siente al fondo el pensamiento de Kierkegaard sobre el seductor. En Salzburgo, cuando hizo Don Giovanni con Chéreau no extrañó a nadie esta aparente lentitud. Debe ser cuestión de sensibilidad latina o que los fantasmas de Muti aparecieron por momentos. La versión musical tuvo serenidad, rigor y densidad. No quiero decir que sea mejor o peor que otras. Es simplemente así. Se presentaba como de primera el elenco vocal. Ahí tengo más dudas. Excepto en el personaje de Leporello que, gracias a Bryn Terfel, estuvo sencillamente genial. Compuso muy bien Peter Mattei el personaje de Don Giovanni, fundamentalmente desde la perspectiva teatral. La supervalorada Anna Netrebko (Doña Anna) es superior en su capacidad expresiva y presencia escénica que en su matización lingüística. Barbara Frittoli se entregó al límite como Doña Elvira, pero se las vio y se las deseó en el aria Mi Tradí. Giuseppe Filianoti transmitió muy poca cosa de Don Ottavio y la pareja popular de Zerlina y Masetto, así como el Comendador, pasaron sin pena ni gloria. Fue, en cualquier caso, un más que estimable Don Giovanni.»
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