Bieito é um radical iconoclasta, provocador (gratuito), que nunca me encantou. A cada trabalho, acrescenta mais meio metro de arrojo pretenso, com que deslumbra os fanáticos do eurotrash. A Europa civilizada aclama-o. Se houver sangue, pornografia, muito fetichismo e perversão, ainda melhor!
Aliás, da Catalunha, nem bom vento, nem boa encenação… Os compatriotas La Fura, ainda o superam, em matéria de asco. Os pategos veneram-nos…
Porém, desta feita, parece que Bieito se conteve, pervertendo Fidelio de modo mais contido: ensanduichou-o com excertos de Borges e Kafka (!?). Lá civilizado é, mas bem despropositado… Também podia ter optado por intercalar o último andamento da 9ª, não?! Sempre apela à Liberdade…
Enfim, por Kaufmann, essa criatura mitológica, que nem Wagner conseguiu criar, esta notícia já mereceria destaque. O resto, é mero potpourri!
«Calixto Bieito no ha sentido necesidad de ampararse en ningún mítico renovador de la dirección de escena para sacudir el mundo de la ópera en la última década. Pero no duda el director de escena español en elogiar la modernidad del Wieland Wagner cuando habla de su propia versión de Fidelio, que acaba de estrenar en la Ópera de Múnich,uno de los grandes teatros líricos de Alemania y del mundo, con las entradas agotadas para todas las funciones desde hace meses y con 15 minutos de aplausos sazonados con algunos abucheos, pocos para lo que se auguraba que el conservador y rico público del coliseo muniqués regalaría al enfant terrible de la escena lírica en el estreno.
Quien se llevó la bronca fue el director de orquesta italiano Daniele Gatti, cuya dirección musical, de contrastados tempi que a veces recordaban a Rossini, a no gustó a una audiencia que, como todos los alemanes, conoce a la perfectamente y venera la única ópera de Beethoven.
Discusiones hubo entre el público de la Ópera de Múnich en el entreacto y al finalizar la representación de la noche del estreno a propósito si el teatro debía haber presentado la obra no como Fidelio sino como una versión a propósito de Fidelio. Y es que Calixto Bieito transforma el canto a la esperanza y a la fidelidad que Beethoven plasma en su ópera en un espectacular y desasosegante laberinto por el que transitan, perdidos física y mentalmente, los personajes de la obra, y a su juicio también la sociedad actual.
Borges y Kafka
Pero además del concepto, que no siempre permite reconocer a los personajes del argumento original -una mujer que en el siglo XVIII se disfraza de hombre con el propósito de trabajar en la cárcel en la que presume está encerrado su marido por motivos políticos para poder liberarlo-, el director de escena suprime los diálogos hablados de la ópera por añadir los dos poemas sobre el laberinto escritos por Jorge Luis Borges, uno de los cuales es recitado justo cuando se levanta el telón antes de que suene la obertura Leonora III -15 minutos de puro sinfonismo beethoveniano-, fragmentos de uno de sus cuentos y textos de Kafka.
"Tenía claro que no quería hacer una ópera política. De hecho, la trama política de Fidelio es débil, en realidad más que política es una ópera filosófica, de emociones", cuenta Bieito. Pero pese a tener claro qué es lo que no quería hacer, no lograba acertar con la idea de cómo pasmar todo ello escenográficamente. Junto a la alemana Rebecca Ringst, su escenógrafa, trabajó en varios proyectos con la idea de reproducir una prisión americana, desechados por ser una imagen demasiado vista, sea en reportajes televisivos o fotografías de prensa.
Al final dio con lo que buscaba: "Personas prisioneras de sus pasiones y emociones". Y esa prisión emocional y física se ha traducido en una gran estructura de metacrilato y neón en forma de laberinto vertical, de nueve metros de altura, por la que sube y baja el espléndido reparto de cantantes que encabezan la soprano Anja Kempe -muy creíble en el personaje de Leonora/Fidelio-, y el mediático tenor Jonas Kaufmann -un deprimido Florestán deambulando en pijama de hermoso timbre y perfecto estilo-, tratando de encontrarse o liberarse del laberinto mental en el que están encerrados.
Magníficos, estremecedores e intensos momentos
Es ese laberinto, magnífica creación de Ringst, que se abate a telón abierto al inicio del segundo acto, el que se erige en auténtico protagonista de la representación. Pero la metáfora visual no tarda en agotarse. Ello no quita que la propuesta de Bieito esté salpicada de magníficos, estremecedores e intensos momentos, como la negación, al inicio, de Leonora de su condición de mujer vendándose a la vista del público los pechos para pasar por un hombre; el suicidio, por ahorcamiento, de un preso mientras canta "¡Hablar bajo! ¡Conteneros!/ Nos espían con orejas y ojos"; o el descenso en tres jaulas -evocando los campos de concentración- de los músicos del Cuarteto Odeón mientras interpretan el molto adagio del Cuarteto de cuerda núm. 15, opus 132, de Beethoven tras el primer final en el que Leonara rescata a Florestán de su prisión, aquí atrapado en si mismo en una prolongada depresión.
Para el segundo final Bieito echa mano de un golpe de efecto al hacer aparecer a Don Fernando, ministro del rey en visita por sorpresa a la prisión para excarcelar a los presos, transmutado en el Joker, el achienemigo de Batman en versión Heath Ledger de El caballero oscuro. Don Fernando representa el poder y Calixto Bieito y no duda en dibujarlo como un psicópata, desaprensivo e impredecible. De hecho se carga a Florestán de un disparo justo tras ser liberado para luego, inmediatamente resucitarlo. El sueño de la utopía beethoveniana. "Nadie te puede salvar, pero siempre puede haber alguien que ayuda a vivir", concluye el director de escena.»
Quien se llevó la bronca fue el director de orquesta italiano Daniele Gatti, cuya dirección musical, de contrastados tempi que a veces recordaban a Rossini, a no gustó a una audiencia que, como todos los alemanes, conoce a la perfectamente y venera la única ópera de Beethoven.
Discusiones hubo entre el público de la Ópera de Múnich en el entreacto y al finalizar la representación de la noche del estreno a propósito si el teatro debía haber presentado la obra no como Fidelio sino como una versión a propósito de Fidelio. Y es que Calixto Bieito transforma el canto a la esperanza y a la fidelidad que Beethoven plasma en su ópera en un espectacular y desasosegante laberinto por el que transitan, perdidos física y mentalmente, los personajes de la obra, y a su juicio también la sociedad actual.
Borges y Kafka
Pero además del concepto, que no siempre permite reconocer a los personajes del argumento original -una mujer que en el siglo XVIII se disfraza de hombre con el propósito de trabajar en la cárcel en la que presume está encerrado su marido por motivos políticos para poder liberarlo-, el director de escena suprime los diálogos hablados de la ópera por añadir los dos poemas sobre el laberinto escritos por Jorge Luis Borges, uno de los cuales es recitado justo cuando se levanta el telón antes de que suene la obertura Leonora III -15 minutos de puro sinfonismo beethoveniano-, fragmentos de uno de sus cuentos y textos de Kafka.
"Tenía claro que no quería hacer una ópera política. De hecho, la trama política de Fidelio es débil, en realidad más que política es una ópera filosófica, de emociones", cuenta Bieito. Pero pese a tener claro qué es lo que no quería hacer, no lograba acertar con la idea de cómo pasmar todo ello escenográficamente. Junto a la alemana Rebecca Ringst, su escenógrafa, trabajó en varios proyectos con la idea de reproducir una prisión americana, desechados por ser una imagen demasiado vista, sea en reportajes televisivos o fotografías de prensa.
Al final dio con lo que buscaba: "Personas prisioneras de sus pasiones y emociones". Y esa prisión emocional y física se ha traducido en una gran estructura de metacrilato y neón en forma de laberinto vertical, de nueve metros de altura, por la que sube y baja el espléndido reparto de cantantes que encabezan la soprano Anja Kempe -muy creíble en el personaje de Leonora/Fidelio-, y el mediático tenor Jonas Kaufmann -un deprimido Florestán deambulando en pijama de hermoso timbre y perfecto estilo-, tratando de encontrarse o liberarse del laberinto mental en el que están encerrados.
Magníficos, estremecedores e intensos momentos
Es ese laberinto, magnífica creación de Ringst, que se abate a telón abierto al inicio del segundo acto, el que se erige en auténtico protagonista de la representación. Pero la metáfora visual no tarda en agotarse. Ello no quita que la propuesta de Bieito esté salpicada de magníficos, estremecedores e intensos momentos, como la negación, al inicio, de Leonora de su condición de mujer vendándose a la vista del público los pechos para pasar por un hombre; el suicidio, por ahorcamiento, de un preso mientras canta "¡Hablar bajo! ¡Conteneros!/ Nos espían con orejas y ojos"; o el descenso en tres jaulas -evocando los campos de concentración- de los músicos del Cuarteto Odeón mientras interpretan el molto adagio del Cuarteto de cuerda núm. 15, opus 132, de Beethoven tras el primer final en el que Leonara rescata a Florestán de su prisión, aquí atrapado en si mismo en una prolongada depresión.
Para el segundo final Bieito echa mano de un golpe de efecto al hacer aparecer a Don Fernando, ministro del rey en visita por sorpresa a la prisión para excarcelar a los presos, transmutado en el Joker, el achienemigo de Batman en versión Heath Ledger de El caballero oscuro. Don Fernando representa el poder y Calixto Bieito y no duda en dibujarlo como un psicópata, desaprensivo e impredecible. De hecho se carga a Florestán de un disparo justo tras ser liberado para luego, inmediatamente resucitarlo. El sueño de la utopía beethoveniana. "Nadie te puede salvar, pero siempre puede haber alguien que ayuda a vivir", concluye el director de escena.»
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